Si vas a comprarte un vehículo nuevo, estas son las razones por las que mirar los combustibles fósiles
Bien es cierto que la oferta de nuevas energías de propulsión para los vehículos cada vez es más amplia gracias a las diferentes tecnologías que permiten el movimiento de los coches. Y también es cierto que a partir de 2035 se espera que se prohíba la venta de los vehículos térmicos en toda Europa, aunque podrán circular hasta 2050.
No obstante, a pesar de que parece que en un futuro no muy lejano los vehículos térmicos dejarán de tener sentido, aún puede ser una muy buena idea comprarse un vehículo de propulsión térmica, o un vehículo híbrido por los siguientes motivos.
¿Por qué comprarse un diésel?
Hay que decir que las ventas de estos vehículos se han visto reducidas de manera considerable, ya sea por pánico a que no se pueda circular con ellos a muy corto plazo, así como por los anuncios de subida de impuestos a este tipo de coches.
Sin embargo, los coches diésel de última generación cumplen las normas más estrictas sobre emisiones y más si es el coche de la unidad familiar con el que además de ir a trabajar, por ejemplo, también se planea ir de vacaciones su amortización está asegurada, dado que estos coches suelen amortizarse alrededor de 7 años.
Estos vehículos son una buena opción todavía debido a sus costes. Esto quiere decir que su coste de uso es menor, emite una cantidad menor de dióxido de carbono y casi los mismos valores de NOx qué un vehículo, gasolina o híbrido, además de tener un mayor par.
Para saber si nos interesa más un coche diésel que un coche gasolina tenemos que ver el tamaño del vehículo y el uso que se le va a dar, ya que la diferencia de precio suele ser de entre 1.000 y 2.000 € menos en los vehículos de gasolina. Por esto, si pensamos en el uso que le vamos a dar y planeamos utilizarlos mucho por carretera, el diésel será nuestra opción, ya que adapta mejor la velocidad de crucero que un coche gasolina, funcionan a un número menor de revoluciones, necesita un menor esfuerzo.
Además, al ir con el motor menos forzado en estos desplazamientos de larga distancia, consiguen unos mejores consumos reales que sus equivalentes en vehículos de gasolina, ya que estos últimos necesitan más del acelerador y los cambios de marchas para mantener un régimen óptimo de revoluciones.