Antes de que apareciesen los primeros coches, los medios de transporte más utilizados para desplazarse —al menos de los que se lo podían permitir—eran, generalmente, carruajes impulsados por animales o vehículos accionados por la fuerza motriz del ocupante.
Sin embargo, todo cambió en los albores del siglo XX, cuando comenzaron a aparecer los primeros automóviles. Este nuevo invento, que transformó la sociedad de la época, creó una nueva necesidad, el mantenimiento y reparación de estas máquinas, lo que dio lugar a la mecánica del automóvil.
Una mujer, la primera mecánica
Es más, el origen de la mecánica de automoción arrancó en el mismísimo primer viaje en automóvil. Un viaje que se pudo completar gracias a la pericia de Bertha Benz, la esposa de Karl Friedrich Benz.
Bertha Ringer había nacido en 1849 en la hoy ciudad alemana de Pforzheim. Siendo todavía novia de Karl Benz, ayudó a su futuro marido a mejorar el taller en el que trabajaba. Además destinó a la empresa parte de su dote, conviritiéndose en su principal inversora.
Y aunque debido a las convenciones sociales de la época, tras casarse se convirtió en ama de casa sin derecho empresarial sobre el negocio, siempre estaba al tanto de lo que sucedía en la fábrica de motores familiar.
Tanto es así, que fue Bertha quien demostró hasta donde podía llegar el invento de su marido. Tras dos años en los que el prototipo Benz Patent Motorwagen, no parecía tener ninguna salida comercial, y ante la delicada situación económica que empezaba a tener la familia, Bertha tomó cartas en el asunto.
Una mañana de agosto de 1888, y con la ayuda de sus hijos Eugen, de 15 años, y Richard, de 13, sacó del patio del taller que tenían en la ciudad de Mannheim el Patent Motorwagen Nummer 3, terminado poco antes por su esposo. Iba a realizar los 106 km que le separaban de su Pforzheim natal «para ir a ver a la abuela».
Así comenzó el primer viaje en automóvil de la historia. Fue un viaje lleno de imprevistos. Bertha, junto con sus hijos, tuvo que detenerse numerosas veces para reponer el agua que servía como líquido refrigerante del motor y que se iba evaporando rápidamente.
Llevaba encima los repuestos y las herramientas que necesitaba: con una aguja que sujetaba su sombrero pudo limpiar una manguera para el combustible. Y con una liga de goma de sus medias ató otro conducto que perdía líquido.
Sin embargo, el mayor problema fue el combustible. Bertha tuvo que pararse en una droguería del pequeño pueblo Wiesloch para comprar bencina blanca, un disolvente con ligroina, una mezcla de hidrocarburos, y que se usaba también en motores de explosión.
Cubiertos de polvo, los tres ‘excursionistas’ llegaron aquella noche a Pforzheim, desde donde Bertha envió un telegrama a su marido comunicándole la feliz llegada a destino.
Conductores y mecánicos, todo en uno
Los propietarios de los primeros vehículos se enfrentaron a la difícil tarea de encontrar personas que pudieran reparar esas máquinas recién inventadas.Como en su mayoría eran hombres de clase alta, los afortunados propietarios de automóviles para poder hacer un buen uso del vehículo debían encontrar un conductor que también tuviera conocimientos de su mantenimiento.
Estos conductores/mecánicos recibieron el reconocimiento de sus jefes con buenos salarios, algo que animó a conductores de carruajes y lacayos a aprender el oficio.
El siguiente paso para la aparición del mecánico profesional vino del otro lado del Atlántico, con Henry Ford, que perfecciona la fabricación eficiente y en masa de automóviles. Si bien los vehículos Ford no eran tan avanzados como los europeos, las piezas estandarizadas permitieron que fueran más rápidos de fabricar y más baratos de comprar.
A medida que se producían y ponían en circulación más y más automóviles, los concesionarios y las empresas privadas comenzaron a ofrecer servicios mecánicos. Y con piezas estandarizadas, el oficio de mecánico de automóviles se volvió más fácil de aprender.
Durante esos primeros años el modelo de trabajo fue evolucionando hasta llegar al que sería el modelo estándar en la mayoría de países: un negocio muy fragmentado, con muchos talleres de pocos operarios cada uno (incluso de una sola persona) y en el que el precio se fijaba por el número de horas que el profesional dedicada a cada cliente.
Estancamiento del mercado
Cuando llegó la “Gran Depresión” (1929), las ventas de automóviles disminuyeron y el mercado, incluido el mantenimiento y la producción de automóviles, se vio presionado por la poca demanda.
De igual forma, la reparación de carrocería era muy limitada. Además, la pobre calidad de la pintura usada entonces hacía necesarios los continuos retoques, lo que hacía que, a menudo, fuera reparada por el propio propietario (a mano y con pinceles).
Es más, era de tan poca calidad que las imperfecciones en los acabados eran comunes incluso en los automóviles recién salidos de fábrica. Nada que ver con la durabilidad y resistencia que presentan las pinturas para automoción actuales.
Llega la especialización
Para resistir el estancamiento del mercado y a la mentalidad de “hágalo usted mismo” en torno a la reparación de carrocerías, History.com señala que Alfred P. Sloan —presidente de General Motors durante más de 30 años—, fue el responsable de impulsar la demanda de automóviles nuevos.
Sloan ‘creó’ el deseo de tener el modelo más reciente y de moda. Sin embargo, para aquellos que no podían pagarse el último modelo, se empezó a recurrir a la industria de reparación de carrocerías, que permitía alargar la ‘vida’ de los vehículos. A partir de entonces, los profesionales del taller pudieron empezar a especializarse en la reparación de carrocería o de la mecánica (o en ambas).